26 de octubre de 2011

Un Caballo de Troya y un Pasaje en el Titanic...¡Vaya regalos!



¿Acaso cumplir con la responsabilidad que a uno le otorgan no es lo que se debe hacer? Algunos, quizás no muchos, ante una felicitación por un trabajo bien hecho suelen comentar:
  •       ¡Es mi trabajo! Para eso me pagan

Se trata del ejercicio de la responsabilidad, ni más ni menos. Y en este contexto es válido preguntarse si debe ser reconocido, con carácter extraordinario, el “trabajo bien hecho”. Le confieso que para mi este tema es muy interesante y, siempre, sujeto a reflexión en la búsqueda de la mejor forma de actuar. El plantear el asunto me lleva a recordar un clásico de la literatura que, como casi todos los clásicos, es inmortal en su trascendencia y mensaje. Los restos arqueológicos dan cuenta de que la ciudad de Troya fue destruida en una guerra hacia el año 1.250 a. C. Fue tal vez la guerra entre griegos y troyanos lo que dio pie a La Iliada de Homero. La historia de Paris, Helena, Aquiles, Héctor finaliza cuando los griegos construyen un caballo gigante de madera hueca en el que se ocultan sus mejores guerreros mientras que su flota se hace a la mar como en retirada. Los troyanos interpretan ese caballo gigante a la puerta de su muralla como un regalo de los dioses. El final es conocido, pero me interesa rescatar una reflexión respecto a como interpretar un reconocimiento. Cuando se desea la promoción de los valores fundamentales, ¿es conveniente premiar en una organización? Para empezar yo opino que no se debe premiar el desencanto, la excusa o la rutina, salvo que se pretenda que tales sentimientos sean la cultura que se busca en la empresa, y destaco ahora un revelador pasaje de “Las Uvas de la Ira” de John Steinbeck:

  •         Todos los años es igual. Desde que tengo memoria siempre iba a venir una buena cosecha, y por una cosa o por otra nunca llegábamos a verla

En mi opinión es preciso diferenciar claramente entre el reconocimiento y el regalo y, también, definir las condiciones que dan lugar al derecho a recibir un reconocimiento. El que un profesional consiga que por fin “llegue la buena cosecha” le hace merecedor a un reconocimiento por ser capaz de cambiar las cosas (sobre todo si son negativas….). Ahora bien, si se interpreta como un regalo, el reconocimiento podría convertirse en una suerte de Caballo de Troya y por tanto en un mensaje confuso para la organización:

  •        ¡Nos lo merecemos! Este es un regalo de “los dioses….”

El estímulo para la superación, la innovación y la competitividad no existirá en estos casos y, más bien, la interpretación de dicho regalo puede ser un desestímulo al desarrollo los mejores valores y el abono de un paternalismo ya caduco. La pregunta es, ¿qué debe reconocerse en una organización? Lo extraordinario, lo excelente, los logros conseguidos sobre la base de mucho esfuerzo, lo innovador, lo atrevido……. Sin duda ésta es una cuestión apasionante y la respuesta no es única ni excluyente pues la relación anterior podría ser cambiada, aumentada o mejorada. En principio habría que afirmar que el buen desempeño normalmente va asociado al reconocimiento y el reconocimiento debe formar parte de una sólida cultura para que sea sincero, justo, coherente y, ante todo, consistente.

¡Muy importante! El reconocimiento no debe surgir como consecuencia del pago de una suerte de deuda emocional o de afinidades más químicas que basadas en el desempeño. Operar con ese tipo de decisiones desde “la oficina de la esquina”, como jefe, va a conducir a decisiones erróneas que aporten poca consistencia al desarrollo de las relaciones entre los integrantes de la organización y al enriquecimiento de los valores de la empresa. A mediados del año 2009 falleció Millvina Dean, última superviviente del naufragio del Titanic. En sus últimos años de vida, la Sra. Dean tuvo que vender autógrafos con el fin de pagar la cuenta del geriátrico donde estaba ingresada. El irlandés Don Mullan consiguió presionar al equipo de Titanic y el Director  (Cameron) y los protagonistas del laureado film (Di Caprio y compañía) se “vieron forzados” y donaron nada menos que……33.000 dólares para que Millvina pudiera pagar sus cuentas. La película, que se inspiró en ella, recaudó nada menos que 1.319.000.000 de dólares……….El premio o reconocimiento parece que intenta “cubrir un expediente” o quizás tranquilizar una conciencia y, por lo tanto, pierde algo de su validez y no genera valor.

Premiar, reconocer los méritos, compensar por el trabajo extraordinario es algo sobre lo que hay mucho escrito y un número considerable de buenas prácticas empresariales. Decidir cual es el mejor método de reconocimiento es algo delicado y debe basarse en unos sólidos pilares institucionales, con la cultura de empresa como valor destacado. Probablemente nunca se llega a un modelo definitivo, pero sí es responsabilidad de la dirección de la empresa, con el asesoramiento principal del equipo de Recursos Humanos, investigar permanentemente para conseguir el mejor camino para recorrer. En definitiva se trata de generar futuro y sostenibilidad, no beneficios que se gasten antes de ser recibidos. Pero hay que preguntarse que ocurre del otro lado de la barrera. Es decir, ¿que pasa si hay que “reconocer” algo mal hecho por parte de algún integrante de la empresa? Posiblemente es un tema tabú al que los jefes en la empresa responden con un susurrante
  •        Pasemos de largo sin hacer mucho ruido…… 

Sin embargo, lo cierto es que en la actualidad no está claramente definida la manera en la que penalizar la falta de ética en asuntos que no estén relacionados con pérdidas patrimoniales directas, aunque si con pérdidas evidentes de eficiencia o rentabilidad. Quienes tienen la amabilidad de leer mis reflexiones o me conocen por haber accedido a mi página personal en www.raulbaltar.com encontrarán numerosas referencias a los deportes. Cuando un jugador de la NBA comete alguna falta que debe ser penalizada, el castigo procura no ser derivado hacia el equipo ni hacia el público que disfruta del espectáculo. Es habitual que la penalización consista en una multa económica aplicada al jugador, pero éste debe seguir entrenando y jugando partidos en beneficio del equipo y del espectáculo. Sólo cuando la falta cometida atenta profundamente contra los valores que un deportista profesional debe mostrar es cuando un jugador es apartado del juego. Hace algún tiempo salió a la luz pública una pelea, con armas de fuego implicadas, entre jugadores de los  Washington Wizards. Gilbert Arenas fue el protagonista principal. Ello generó la siguiente declaración del Comisionado de la NBA David Stern:

“La posesión de armas de fuego por parte de un jugador de la NBA en un pabellón de la NBA es un asunto que nos causa la máxima preocupación. Aunque está claro que las acciones del señor Arenas acarrearán en última instancia una suspensión sustancial, y quizá algo peor, su actual conducta me ha llevado a la conclusión de que no está en condiciones de saltar a la pista en un partido de la NBA”
Así fue el comunicado de Stern pese a las disculpas presentadas por el jugador, al que la suspensión le costó más de 147.000 dólares por cada encuentro que dejó de jugar. La penalización es individual en cuanto a la valoración del desarrollo profesional del individuo, aunque hay que evitar la generalización de una actitud individual y la contaminación de la misma al colectivo de la empresa. Siempre me ha parecido bien esa política pues no es razonable que el equipo completo, ni aquellos que lo promocionan y hacen posible que siga adelante (empresa o público) paguen colectivamente por la falta de ética de un individuo. En una empresa es la imagen colectiva la que sale perjudicada por la actitud de algunos de sus componentes. ¿Es injusto? Sin duda para mi si lo es si se trata de casos aislados. La opción es comunicar, dentro y fuera de la empresa, los esfuerzos que colectivamente se realizan para buscar la excelencia en los productos o en los servicios.
El verbo Reconocer se configura como parte de una cultura y no sólo como una manera de bautizar un premio. La cultura debe ser promocionada y, más aún, compartida. Se trata entonces de reconocer lo bueno y también lo malo. Las fortalezas y las debilidades. ReConocerse es un paso previo en la búsqueda de la excelencia y esta búsqueda es el mejor camino para llegar a un buen lugar para trabajar. El camino es largo y está, siempre, lleno de oportunidades y quizás, algún que otro caballo de Troya que deberíamos dejar en la cuneta…

Raúl Baltar